Como intérpretes, estamos acostumbrados a trabajar en todo tipo de reuniones y a abordar muchos temas diferentes. A veces, las reuniones tratan de cuestiones que nos resultan interesantes personalmente; en otras ocasiones, quizá no tanto. Sin embargo, no siempre uno tiene la posibilidad de interpretar sobre un tema que le apasiona personalmente. Ése fue mi caso, hace ya algunos años, cuando tuve la oportunidad de trabajar, gracias a una compañera que pensó en mí, en un congreso de compositores.

Generalmente, cuando como intérpretes pensamos en el concepto de «congreso técnico», lo asociamos a temáticas como la ingeniería, la medicina, la arquitectura, etc. Quizá un congreso sobre música no sea lo primero que nos venga a la cabeza. Sin embargo, en este caso, para poder prestar un servicio de calidad no hubiera sido suficiente con unos días de preparación antes del congreso: leer partituras era un requisito imprescindible para poder entrar en cabina en esta ocasión. Y muchas de ellas, además, no eran en absoluto fáciles. Antes del mismo, recibimos todas las partituras de todas las obras que se iban a analizar. Yo mismo tuve la oportunidad de probar al piano algunas de ellas.

Constantemente recibíamos órdenes para ir a tal compás en tal página, porque el pianista había ejecutado mal el mordente de la mano derecha, en el tercer tiempo. O bien la parte central del  tenía que ser más intensa, con más fuerza. O bien el compositor se daba cuenta en directo de que la armonización de un cierto pasaje no le acababa de gustar y corregía un acorde para pasar de primera a segunda inversión…

En congresos como éste, uno se da cuenta no sólo de la importancia de una buena preparación antes de un congreso, sino de todo el bagaje cultural con el que debe contar un intérprete: una herramienta de trabajo casi tan importante como los auriculares.

Y desde luego, es uno de las interpretaciones que más he disfrutado en mi vida.